«Siempre te recordaré», Paula Seislices (2012)

New York, 5 de abril de 1999. La noche cae y la niebla invade toda la ciudad. Un nuevo día se aproxima con los cantos de los pájaros, el agua cristalina de la fuente y el perfume de los jardines.
Pero no tardó mucho en desaparecer la maravillosa mañana. Anastasia era una muchacha de dieciséis años, sus ojos eran de color miel que expresaban alegría, su pelo largo y ondulado de color negro y brillante como la mismísima noche estrellada. Se asomó a la ventana, observó una espesa y abundante niebla. Fue a casa de su amiga y vecina María, tenían que terminar un trabajo. Al instante llamaron a la puerta. María bajó por las escaleras para ver quién era, mientras Anastasia seguía con el trabajo. Un grito terrorífico se aproximó a los oídos de la muchacha. Bajó rápidamente las escaleras, la puerta de la calle estaba abierta de par en par.

—¡María, María! — no dejaba de llamar a su amiga.

 La buscó por toda la casa, no había rastro de ella. Decidió llamar a la policía, la cual tardó aproximadamente unos diez minutos en llegar. Les explicó  lo que había sucedido. Mientras tanto llegaron los padres de María. No se explicaban qué podía haber ocurrido.

—Mi hija jamás se escaparía de casa —exclamó la madre muy enfadada, tras las acusaciones de la policía.

—Señora, es una menor —dijo un agente—. Todos hacen locuras en un momento dado.

—¡Basta! —gritó muy enfadada Anastasia—. María es mi amiga y está desaparecida, ¡búsquela!

Pasaron unos días y aún no se sabía nada.

Decidió ir a visitar a su amigo William, de piel oscura, pelo moreno y rizado y ojos negros, compañero de clase.

—¿Sabes algo de María? —preguntó el chico. Ella negó con la cabeza y con el rostro triste—. No te preocupes, la encontrarán —dijo el chico de nuevo.

—¿Y si no es así? No puedo quitarme de la cabeza ese grito terrorífico —exclamó Anastasia.

—No te culpes, las cosas pasan, sin saber el porqué —dijo su amigo.

—Ya pero estuve tan cerca… — contestó Anastasia.

Pasaron dos meses y Anastasia no dejaba de pensar en lo sucedido y el porqué.

Una mañana de junio se encontró a su enemiga Sara, rubia con ojos azules,  la cual no dejaba de acusarla siempre que acudía a clase.

—No te hagas la inocente, tú eres la culpable, a mí no me engañas— afirmó Sara.

—¡Déjame en paz! Yo no sé nada. Quiero que vuelva, ¡que vuelva! —exclamó rabiosa y entre sollozos Anastasia.

Mientras tanto Sara contempló el dolor tan grande por el cual estaba pasando Anastasia, no pudo resistirse y se arrimó a la chica para calmarla.

—Te creo, siento haberte culpado —exclamó suavemente Sara.

Las dos se abrazaron y desahogaron su pena. Desde entonces encontraron la amistad la cual duró para siempre.

Un bonito día de primavera celebrando el decimoctavo cumpleaños de Anastasia en la ciudad de Boston. William, Sara, Mikel y su novia Trina y la propia Anastasia, se cruzaron con una chica cuyos rastros eran igual a los de María.

—¿María, eres tú? —dijo Anastasia.

—Perdone, no la conozco —exclamó misteriosa chica.

—Soy yo Anastasia, tu amiga y compañera desde la infancia. ¿No me recuerdas?

—Creo que se está confundiendo —exclamó de nuevo la chica—. Me llamo Tara y jamás la he visto, así que déjeme en paz.

Mikel, dos años mayor que Anastasia y amigo desde la infancia de María y Anastasia, se acercó a la misteriosa chica, observó su rostro, después negó con la cabeza hacia sus otros compañeros. La chica se marchó extrañada, y Anastasia se echó a llorar.

Desde aquel día se dio cuenta que jamás sabría de su amiga María. Rezaba todas las noches para que donde estuviese se encontrara bien y fuera feliz.

  Paula Seislices del Viso (1º ESO-E; junio, 2012)

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